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miércoles, 8 de junio de 2016

UNA PERSONA INCONVENIENTE


    Cristóbal Encinas Sánchez                                                                                                                                                         
              Ella solía tener mucho reparo a la hora de pasear, indiscriminadamente, por las soleadas calles de aquel pueblo costero. Por ello, la última tarde que nos quedaba de vacaciones preferimos conversar sentados, tranquilamente, en el florido parque que había junto a los apartamentos. Durante el transcurso de nuestra conversación, se ve que dije algo que le molestó notablemente y me lo mostró de forma ostensible. Así, cambió de gesto y, aunque no era usual, comenzó a hablar en un idioma que se asemejaba al chino y que había aprendido en una de las raras academias cercanas. Después recordé que este comportamiento solía tenerlo en situaciones comprometidas, o improvisadas, en las que se sentía con mucho estrés.
    A partir de aquel momento comencé como a no reconocer su voz, y me parecía que ya ni hilaba bien. Su pelo rizado tendía a erizársele. Su aspecto cambió, comenzó a sudar y, retorciendo su  mirada, la transformó en oscura y vehemente. 
    El panorama se nos presentaba difícil, amargo, por lo que no osé hablar más; la escuché atento para que dijera lo que le apeteciese, libremente. Tras unos minutos de divagar, comenzó a dibujársele en la cara una sonrisa irónica y socarrona, espetándome con voz clara pero drástica: "Eres una persona, en todos los sentidos, inconveniente porque siempre tratas de dominarme". 

           Foto de cabecinegro tomada del álbum de mi amigo Juan Quesada Espinosa

martes, 7 de junio de 2016

MI ABUELO


BELÉN ENCINAS HAYAS

       Llovía. Yo estaba sentada mirando a través de la ventana, poniendo el pan a tostar. Algo en la calle me llamó la atención. Era un hombre muy mayor que caminaba con una niña  que podría ser, seguramente, su nieta. Iban cogidos de la mano. Ella era muy pizpireta y risueña, con el pelo anillado y rubio. No paraba de hablarle al anciano, el cual  la miraba con mucha atención y dulzura,  sonriéndole entre frase y frase.                                            
De pronto, subiendo una cuesta, la preciosa niña se paró. Y con una mirada pícara, a modo de súplica, le dijo: "¡Abu!, por fa, cógeme, que estoy cansada". Él, sin dudarlo, detuvo el paso y, con una amplia sonrisa en sus labios, se agachó, la abrazó y la apretó contra su pecho. ¡Qué complacidos y encariñados se encontraban los dos!                                       
Durante un rato con ella a cuestas, y sin que ella se percatara, la cara del dulce abuelo cambió. Su gesto reflejaba un cansancio permanente y mucha fatiga. Estaba cosido de dolor, pero eso no le impedía llevar a su querida nieta en brazos. Con torpeza y esfuerzo subía la empinada cuesta, con paso despacioso.  De vez en cuando los dos se miraban con la complicidad de estar muy unidos, en la mejor compañía.

Los ojos de la cautivadora niña eran tan vivos y con una mirada tan brillante que iluminaban la calle. Dándose cuenta de la situación y mirando al abuelo, cogiendo su cara entre sus pequeñas manos, le susurró al oído: "¡Abu, es que yo te quiero mucho!".


miércoles, 1 de junio de 2016

UN AMOR SUTIL


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ


       El inquilino del piso de arriba, desde el último rellano, observaba de forma absorbente a su joven vecina que bajaba las escaleras, entretenidamente, dando pequeños brincos.
Ella no se percataba pero, a cada paso que daba, él soltaba un ostentoso suspiro acompasado. Al llegar a la meseta de escalera,  ella se paró porque notaba como un cierto eco que la perseguía, como si alguien quisiera acompañarla. De pronto, la muchacha se dio a vuelta y miró hacia arriba por el amplio hueco. Y allí estaba él, sonriendo con disimulo, susurrando una antigua canción de amor que a ella le gustaba.