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domingo, 20 de septiembre de 2015

DUROS DÍAS

Cristóbal Encinas Sánchez
Duros días los que están sufriendo impunemente estas personas
que pasan las fronteras buscando nueva vida,
que huyen de la guerra que les castiga injustamente.
Pero la Inhumanidad de la gente es muy cruel.
¿De qué estamos aprendiendo todos?
¿Hacia qué bestia nos encaminamos?
Si, aturdidos, hemos perdido el Norte,
¿quién nos reconducirá por esta jungla desalmada?
 ¿Dónde está el hombre nuevo?
que aprendió mil veces de sus padres
que la guerra nunca es buena,
que estudió comportamientos y saber estar,
Filosofía y otras carreras de Humanidades,
y que vivió las épocas de la Prosperidad.
Creo que la injusticia lo invade todo
y todos estaremos proclives al daño,
esperando, anclados, a vivir sus consecuencias.
Esto no nos lo enseñaron nuestros maestros.
Las personas no debemos de permitir nunca
que pasen cosas tan horrendas delante de nosotros:
son una tara que descompone a la Humanidad.

Por eso clamo al cielo: ¡sin murallas!,
y así tener un poco de esperanza.

viernes, 18 de septiembre de 2015

MI BRUJILLA


(Lema: De bruixas e meigas)
Cristóbal Encinas Sánchez
             Con cinco años de edad, aun siendo la más pequeña de los hermanos, conocía a su padre mejor que nadie. Cuando salía del colegio siempre se asomaba por la ventana para que él la viera y mostrarle sus deberes, explicándole después todos los temas que había tocado y aprendido durante el día con sus profesores.
.                                                                                   
Muy exigente consigo misma y muy astuta, sacaba los dibujos que había realizado con una especial intención, así a la primera. Ya en casa, a sus animales de peluche les colgaba una hoja del bloc donde, previamente, había escrito un cuento y como si fuera el deseo de cada animal.  "Este es para ti", le decía a su padre, y comenzaba a leérselo con mucho énfasis. Le hacía carantoñas y lo mimaba, consiguiendo que no dejara de admirarla ni un momento. Ella sola era capaz de montar un diálogo con tanta naturalidad que, fácilmente, lo embelesaba. La coherencia que derrochaba en las conversaciones de sus personajes hacía que se sintiera muy contento.

Y respirando hondo, se daba por satisfecha por haberle hecho pasar unos momentos únicos y reconfortantes a su querido padre, que al final le recordaría la expresión esperada: "Mi brujilla me tiene dislocado", a lo que ella asentía, muy pizpireta, dando saltos de alegría y segura de que al día siguiente le iba a decir lo mismo.

jueves, 3 de septiembre de 2015

CITA PREVIA


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
      En el mes de marzo estuve en las oficinas de la Seguridad Social para que me informaran de cuánto me quedaría de pensión de jubilación,  previa valoración de las cuotas que pagué durante treintaicinco años. A  los veinte días me contestaron diciéndomelo.
El día que me jubilé tuve más suerte que un " quebrao".  Fue en junio, y amaneció  un día espléndido, propio de la época; cogí mi automóvil  y me encaminé presuroso hacia la capital, presentándome a una hora prudente en la misma oficina donde estuviera hacía tres meses. Volví a sacar número. Cuando salió mi número reflejado en la pantalla, me dirigí hacia el puesto que indicaba  Al hombre, que me atendió de buen grado, le dije que quería iniciar el trámite para solicitar la prestación de jubilación. Mi sorpresa fue grande cuando me  contestó:
–¡No se puede hacer su tramitación porque usted tenía que haber pedido cita antes!
–Mire usted -le contesté-, a mí me dijeron el día que visité esta oficina por primera vez que me presentara hoy. Pero no recuerdo que tuviera que pedir cita, pues ustedes lo sabían  –a lo que el  funcionario, con buen semblante, me respondió:
–La cita previa, para estas cosas, es imprescindible, porque  no se puede reportar este trabajo, ya que se tarda mucho tiempo en realizarlo. No le sorprenda lo de la cita, porque hace unos diez años que así lo venimos haciendo. Pero como está usted aquí, voy a intentar pedírsela a través de otro ordenador– señaló al que estaba en un puesto próximo desatendido y se desplazó hacia él . En ese momento me apuntó:
–¡Ha tenido usted más suerte que un "quebrao". Véngase  dentro de una media hora y espere a que ese reloj - su dedo le apuntaba –marque las 11:53 horas. En ese momento introduzca usted su D.N.I. y le dará la hora a la que podremos atenderle hoy.
Yo quedé conforme. Me salí de la oficina y esperé dando un paseo, tranquilamente, mirando escaparates. Cuando comprobé que se acercaba la hora prevista, volví a entrar. Pero el reloj no terminaba de aceptar mi D.N.I. Acto seguido me dirigí al señor que me atendió y le dije que no había nada que hacer pues, tras varios intentos, la máquina expendedora de citas se negaba a dármela. En esos momento había mucha gente en la sala y parecía que la máquina no atendía las solicitudes de los que esperaban ansiosos. Nada, que se había atribulado y no daba ningún número. Viendo el pequeño caos y que la gente manifestaba su disconformidad, se levantó otro funcionario para atender personalmente ante la rebelde máquina. Yo me puse a la cola y, cuando me tocó, resultó que tampoco me daba número, así  que volví otra vez al mismo funcionario que me atendido al principio, para informarle de  mi infortunio: no había forma de conseguir la cita de aquella máquina absurda. Este funcionario  solicitó a otro de sus compañeros que hiciera el favor de buscar la cita previa, que anteriormente ya me había sido concedida, para imprimirla. ¡Y ahora, sí! Esta vez tuve la suerte mencionada y me dio la hora definitiva para ser atendido en el instante siguiente. ¡Qué descanso!, respiré con gran relajo. El funcionario también mostró su alivio y entonces me pidió todos los datos y papeles necesarios. Rellenó mi solicitud, la firmé y me despedí, dándoles las gracias por ser exhaustividad y eficacia.
A los pocos días recibí en mi domicilio una carta de la Jefatura Provincial de Tráfico, requiriéndome el pago de una multa por exceder el límite de velocidad en la autovía. Estaba fechada el día y la hora en que fui de viaje para solicitar mi jubilación. Yo me dije: "Menos mal que tenía la suerte de mi lado".                                                                                                                                                       En días posteriores recibí un aviso de Correos, para que fuera a recoger una carta certificada del INSS, donde se dictaminaba por resolución que yo era pensionista, algo en lo que nunca creí, en serio, que llegaría.